A Blanca Ricci y Bonbajel Mayaetik A. C.
—¿Cómo
puede uno poseer las estrellas?
—¿De
quién son? —replicó bruscamente el hombre de negocios.
—No
lo sé, pero creo que de nadie.
—Entonces
me pertenecen, porque
he sido el primero que pensó en poseerlas.
El principito
Antoine de Saint-Exupéry
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Fotografía: Nidia Preisser |
Sábado 12 de abril 2014. Diez
de la mañana. Sobre el piso de la Plaza Catedral de San Cristóbal, las primeras
líneas de color abren el telón de la fantasía cromática. Regresamos al
principio, al origen de nuestros primeros pasos: somos niños que juegan a
gatear e imaginar la vida sobre el suelo. Hace tiempo que olvidamos mirar hacia
abajo. ¿Será que, al caminar, aprendimos también a creer que no pisamos tierra?
Sí, “arriba, [está] el intrincado sol; abajo…”. No sé. Dejemos esas cosas para
el ingenuo Principito, que cree en corderos dentro del dibujo de una caja. Esta
vez hablamos en serio. No se trata de pintar elefantes en la panza de una boa.
No. Se hace arte: arte sobre piso; arte en la calle, pues las calles fueron hechas
para ser pintadas. Es en serio.
Once
treinta. La gente se acerca curiosa para ver el espectáculo. De rodillas,
sentados o a gatas, los artistas delinean las formas de cada obra planeada,
mientras policías acordonan el lugar con “jaulas” metálicas antimotines. Siento
un cosquilleo de animal en extinción.
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Fotografía: Nidia Preisser |
Aquí y allá los gises pastel remueven el
polvillo coleto, acumulado durante más de cuatro siglos. Aún hay restos de los
Acuerdos de San Andrés y la Sexta Declaratoria de la Selva Lacandona, pólvora
zapatista y huellas de artesanas indias fosilizadas. Las gomas de mascar,
pegadas al concreto, recuerdan la multitud que ha desfilado sobre las avenidas:
connacionales, europeos, norteamericanos, antropólogos, poetas, cirqueros, orientales,
fotógrafos, homosexuales, prostitutas, perros, escritores, vagos, farsantes,
revolucionarios, cantantes, políticos desmemoriados, Dios, Diablo, etcétera.
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Fotografía: Nidia Preisser |
Las
figuras toman cuerpo, dejando entrever la riqueza colorida de los Altos de
Chiapas: aquí, una niña rodeada de textiles de Larráinzar; allá, la tradicional
chiapaneca; acullá, féminas de distintas etnias entre los vivos colores de sus
vestimentas y el legajo de sus callados rostros. Mujeres estas que, un día
antes, había visto enfiladas para recibir una mísera dádiva económica. “Soy
madre soltera, pero nadie me avisó. Yo sí necesito ese apoyo”, recuerdo que decía
mi vecina hablando apenas el español. Ojalá la pintura pudiera llevarnos un
poco más allá: que, al mirar los ojos de cada mujer pintada, uno pudiera también
sentarse junto a ellas y escuchar el silencio de sus palabras negadas para darles voz o,
simplemente, acompañarlas en esa soledad de sus ojos que miran como si miraran
el universo completo. ¿Acaso en estos asuntos debemos comprender “por sí solas las
cosas” y dejar de pedir explicaciones? ¿Será que los quinientos pesos prometidos
por el gobernador devolverá la sonrisa robada de quinientos años? Por ahora
basta con regalar playeras, tomarse fotos y regresar a ese limbo en que vive
quien no piensa en lo que ha de comer mañana: no sólo de pan vive la mujer ―¿o debí decir "el hombre"?
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Fotografía: Nidia Preisser |
Trece
horas. El sol pega a plomo sobre las cabezas de los pintores. El piso toma
vida. Tantas horas de insolación provoca visiones. Pienso si acaso el niño que bebe
la leche de su madre, en uno de los cuadros, es verdad. Es más, me pregunto si
esas miradas que asoman el rostro para ver las pinturas son reales. ¿Son reales
los niños barrigones que buscan a toda costa vender sus productos artesanales?
¿Son reales las niñas indígenas que junto a mí sonríen inquietas al descubrirse
en aquellos cuadros que les recuerdan su tierra, su casa extraviada por no sé
qué modernidad devoradora? Quizá la historia no recuerde esos ojos que
atestiguan otros ojos; esos cuerpos que pintan cuerpos y a la vez son objeto de
recuerdo: “Fantástico”, “Hermoso”, “Bello”, “Eso es arte y no mamadas”…
El
hambre aprieta y el piso horada las rodillas, pero las manos siguen moviéndose
con parsimonia absoluta. “Lloverá”, dice alguien. El cielo se encapota. “¿Y las
tortas?”, pregunta otro. Unas pequeñas gotas, apenas visibles sobre el piso,
nos recuerdan que lloverá. Pienso en Juan Rulfo: “Nos han dado la tierra”. No
es muy tarde, pero San Cristóbal es impredecible: lo mismo llueve que suena una
marimba, tañe una campana, grita un hombre “zapata vive”, truena un montonal de
cohetes o alguien se siente “rama de sauce que llora en las orillas de los ríos”. Hace
seis años que vengo pisando sus calles y cada vez me sorprendo de lo
maravillosa, trágica y contradictoria que es esta ciudad. Hablar de San
Cristóbal es hablar del color y el tiempo, de la forma y la distancia: historia
que se mitifica para transmutar la verdad. “¿Combinada o de pollo?” Quizá de la
misma manera que el pintor plasma su obra, dejándonos una pregunta que, de tan
bella y profunda, se vuelve placentera contemplación.
¿Es
domingo o sábado? No recuerdo bien la hora. Hace un rato que pasó junto a
nosotros un grupo de fieles que conmemora el “Domingo de Ramos”. Ahora recuerdo
al anciano que nos dijo: “Por acá pasará el obispo y esas pinturas serán pisadas”.
Un grupo de personas encaramadas en un carrito para turistas grita en son de
mofa: “Va a llover”. A la gente que pregunta le inquieta saber que las obras son
efímeras. Tal vez porque estamos acostumbrados a idealizar la imagen para
poseerla. ¿Cómo se sabe que un pájaro que vuela libre es nuestro? Se me ocurre
que cortándole las alas o matándolo, definitivamente. Pues, “Sólo se conocen
bien aquellas cosas que se domestican”. ¿En eso consiste el amor, la ciencia o
el arte?... Que esas cosas las conteste un zorro y volvamos al momento en que
las pinturas quedan terminadas. Pasan de las tres de la tarde. No lloverá. De
hecho, ni siquiera habrá una brizna. Por hoy, es todo. Plaza Catedral tiene algo
más que escribir en su historia: un grupo de mujeres y hombres han tomado la
calle, ¡no para disparar un arma ni vociferar consignas!, sino, simplemente,
para acudir a la cita histórica de un Chiapas en movimiento que, de tan vasto,
ha iniciado su propia revolución.
José
Osbaldo García Muñoz
San
Cristóbal de las Casas, Chiapas; 15 de abril de 2014.