Arte sobre piso: huellas efímeras de un cromatismo multivisual (parte II)


A Nidia Preisser, por el arte compartida.

Murió Gabriel García Márquez. Eso dicen las redes sociales desde ayer. Hay quienes se desgarran las ropas en facebook y escriben “poemas”, peroratas, disertaciones y “devociones histéricas” a un gran desconocido; digo, haber visto “El amor en los tiempos del cólera”, en DVD pirata, no me hace su lector. Fue un día especial, aseguran: 4+17+14=35; 3+5=8=Eternidad. ¿Muerto el Gabo se acabó la rabia? No. La misoginia y el poder a ultranza persisten más allá de “las putas tristes” y la retahíla de gobiernos-generales “capaces / de transformar la mierda en esencias aromáticas”. Gabriel, ¿navegaste como un chorro de luz en el dinero y no fuiste capaz de dar un solo séptimo a tus compatriotas muertos de hambre? Ah, escritor sibarita, burgués, genio de las letras, voz de la América Latina, poco hombre, “Usted no es el gobierno…, usted es el poder”. ¿A quién se le ocurre escribir sobre huevos prehistóricos? En fin, me resisto a hablar de los muertos; prefiero lavarme las manos y crucificar a algún profeta para vivir actualizado.

Fotografía: Nidia Preisser.
Siglo XXI. No hay mariposas amarillas en el aire, sólo un caudal de paseantes agolpados en las avenidas —tropel de ojos adiestrados que se amotinan para apoderarse de la luz—. Aun así, es un día alegre de cielo aguamarina y algas policromas, cuyas esporas se esparcen sobre el pavimento y las antiguas iglesias de San Cristóbal: “por las señas de la sangre que mi Jesús va dejando”. Tiene este instante algo de oro, mirra e incienso. Es quizá esa nostalgia por el desiderátum de las cosas buenas: esa inútil creencia de amarse unos a otros. A estas horas, debería estarme embruteciendo con la programación de televisa y tv azteca: "Quo Vadis", "La Biblia", "Los Diez Mandamientos", "Sinuhé, el egipcio", etcétera. No entiendo por qué insistimos en crucificarnos.

Viernes Santo. Tengo dieta obligada de tamal y arroz con leche. No me preocupan mis pies sino los pasos que voy dando; tiempo hay suficiente para despertar a Dios. ¿En qué se puede creer cuando la muerte está untada a nuestros tobillos? Ante todo, soy un peregrino en busca de una ermita. Miro hacia todas partes y no veo más que piedra sobre piedra; la ciudad: el círculo animoso de nuestra efímera presencia. ¿De dónde viene ese rumor de pájaros grises que rememoran la esperanza? Cristo es un turista más recorriendo las calles coletas. Nosotros, judíos errantes que volvemos al piso, a la magia de nuestro realismo cromático y la maceración de nuestras rodillas.

Fotografía: Nidia Preisser.
Tal como se anunciara, la cita se cumplió: el “Festival internacional de arte sobre el piso” da comienzo. Después de un breve protocolo, Macondo se extiende a lo largo de 100 metros cuadrados. Estamos todos como en el Arca de Noé: Chiapas, Sinaloa, Italia,  Monterrey, Úrsula, Jalisco, Durango, Tlaxcala, el Coronel Buendía —“frente al pelotón de fusilamiento”—, Estados Unidos, Guanajuato, Holanda y José Arcadio. Venimos de distintas partes pero ninguno ha nacido en Jerusalén. Nuestras playeras lo atestiguan; en ellas se lee “Artista”. Esto quiere decir que no tenemos patria. Pues en nuestro mundo muchas cosas carecen de nombre, por lo que, “para mencionarlas”, las pintamos. No importa que a Vallejo estas cosas le parezcan raro: “Animal, ¿no ves que estamos ante el realismo mágico? Por eso es mágico. Si las cosas tienen explicación, ¿dónde está la magia?” Cada uno juega el papel que le corresponde en este oasis multiverso, que más bien parece un enorme rompecabezas.    
                                       
Fotografía: Nidia Preisser
Otra vez, aquí mismo, el sol siempre arriba: lámpara de inagotable aceite que aplasta cuerpos y ablanda gomas de mascar; abajo, esa terquedad primitiva por el dominio del espacio: la sagrada forma que devora toda conformación. He allí a un puñado de niños que, del otro lado de la calle, nos remeda: por sus ojos han pasado el camello y el león de Nietzsche. ¿Quién soy para despertarlos de su aletargamiento? Razón tenía Aristóteles: algo de placer y goce onanista tiene el aprendizaje. Gustamos de conocer y arremolinarnos como bandada de pájaros sobre el trigal. Sembradores somos tirando semillas para ver si alguna germina en el asfalto. “Sed tengo”. Nos apretamos unos contra otros. Estoy cuerdo aún pero respirar se dificulta. Sí, “La ciencia ha eliminado las distancias” y la tierra nos parece cada vez más pequeña; algo de nuestra privacidad se ha perdido con la luminiscencia tecnológica y velocidad de los arcángeles mediáticos que transportan nuestros cuerpos y arrebatan la memoria. Veo mis manos cubiertas de polvo; murmuro: Ecce Homo!

Fotografía: Nidia Preisser.
Debajo del cielo todo es de la Tierra; ella reclama el lugar que ocupamos. Cada lugar existente tiene su propia energía, me han dicho. Así que el cuadrante se impone porque no estamos conscientes de lo que significa “sagrado”. Trato de resolver el enigma en el que me he metido: ¿cómo dominar algo que nunca ha de ser mío? ¿Acaso necesitamos dominar y poseer para ganarnos el cielo? ¿Es fácil pasar un camello por el ojo de una aguja? ¿Se puede grabar y tomar fotos montados sobre una grúa de bomberos? “Animal, ¿no ves que estamos ante el realismo mágico?” Ah, pensaba que los equilibristas “de altura” sobre mi cabeza eran efecto de la insolación. “Voltea para la foto”; “Saluden a la cámara”…

Fotografía: Nidia Preisser.
Estamos en el pueblo de Dios, el de la piedra y el agua de Revueltas; ciudad mágica donde predomina la paz y las ferias tienen nombres como “de la paz y de la primavera”; lugar inusitado en el que se toman los estrados para que el pueblo se manifieste en contra de sus gobernantes y, a su vez, éstos evoquen “la paz que nos une como pueblo”: “Dios bendiga a San Cristóbal”. Estridente ruido de silbatos. Aplausos. Carros alegóricos anuncian el inicio de una interminable fiesta coleta de 365 días y más. ¿Cuánto tiempo les dura el chiste, oh? Escucho decir a un hombre desaliñado que solicita a uno de los artistas que le pinte al “Abismo Negro”; “es un luchador”, dice. Para ese instante, pensaba en las palabras de un pintor italiano que, por la mañana, me hacía notar la pobreza de gran parte de los niños que viven en la ciudad: ¿Los explotan? ¿Van a la escuela? ¿Dòve vivono? ¿Quién los alimenta? ¿Cosa mangiano? No tengo respuestas. El mayor cómplice de la opresión es el silencio. ¿A qué “chiste” se refería el hombre que pedía le pintaran al “Abismo Negro”?

Fotografía: Nidia Preisser.
Es domingo. La jornada de tres días termina a las 3 de la tarde. ¿Quién tendrá el privilegio de ganar el concurso? No lo sé aún. Todos han hecho un enorme esfuerzo. Alguno sueña con “Una exposición en Bellas Artes”, pues considera que “vale por un millón” de otras tantas que pueda tener. “Pinto porque me gusta, no por dinero”, ha dicho. Luego ha insistido en que, “Para avanzar en el arte, hay que hacer siempre todo lo contrario de lo que se ha hecho”. Me acuerdo del hombre que pedía con insistencia le pintaran al “Abismo Negro”. Tengo que ser honesto: no sé cuánto me durará el chiste. Pero, aunque exhausto, estoy satisfecho. Por ahora hemos cumplido con el reto. Por la tarde iré a beber una cerveza. Dormiré tranquila y pesadamente. El lunes volveré a encontrarme con el pintor italiano y su amigo; ahí estarán los niños como parte de la oferta turística, las mismas preguntas de siempre. Sabré, entonces, de la “venganza de Moctezuma” y sus estragos en los estómagos de los extranjeros. Tendré tiempo para sonreír y escribir estas palabras que, al igual que las pinturas sobre el piso, pronto se las ha de llevar el agua y el viento: no quiero una cruz, pues el cuerpo no pesa y el alma menos.
Fotografía: Nidia Preisser.


José Osbaldo García Muñoz
San Cristóbal de las Casas, Chiapas; mayo de 2014.