A Blanca Ricci y Bonbajel Mayaetik A. C.
—¿Cómo puede uno poseer las estrellas?
—¿Cómo puede uno poseer las estrellas?
—¿De
quién son? —replicó bruscamente el hombre de negocios.
—No
lo sé, pero creo que de nadie.
—Entonces
me pertenecen, porque
he sido el primero que pensó en poseerlas.
El principito
Antoine de Saint-Exupéry
Fotografía: Nidia Preisser |
Once
treinta. La gente se acerca curiosa para ver el espectáculo. De rodillas,
sentados o a gatas, los artistas delinean las formas de cada obra planeada,
mientras policías acordonan el lugar con “jaulas” metálicas antimotines. Siento
un cosquilleo de animal en extinción.
Aquí y allá los gises pastel remueven el
polvillo coleto, acumulado durante más de cuatro siglos. Aún hay restos de los
Acuerdos de San Andrés y la Sexta Declaratoria de la Selva Lacandona, pólvora
zapatista y huellas de artesanas indias fosilizadas. Las gomas de mascar,
pegadas al concreto, recuerdan la multitud que ha desfilado sobre las avenidas:
connacionales, europeos, norteamericanos, antropólogos, poetas, cirqueros, orientales,
fotógrafos, homosexuales, prostitutas, perros, escritores, vagos, farsantes,
revolucionarios, cantantes, políticos desmemoriados, Dios, Diablo, etcétera.
Fotografía: Nidia Preisser |
Fotografía: Nidia Preisser |
Fotografía: Nidia Preisser |
El
hambre aprieta y el piso horada las rodillas, pero las manos siguen moviéndose
con parsimonia absoluta. “Lloverá”, dice alguien. El cielo se encapota. “¿Y las
tortas?”, pregunta otro. Unas pequeñas gotas, apenas visibles sobre el piso,
nos recuerdan que lloverá. Pienso en Juan Rulfo: “Nos han dado la tierra”. No
es muy tarde, pero San Cristóbal es impredecible: lo mismo llueve que suena una
marimba, tañe una campana, grita un hombre “zapata vive”, truena un montonal de
cohetes o alguien se siente “rama de sauce que llora en las orillas de los ríos”. Hace
seis años que vengo pisando sus calles y cada vez me sorprendo de lo
maravillosa, trágica y contradictoria que es esta ciudad. Hablar de San
Cristóbal es hablar del color y el tiempo, de la forma y la distancia: historia
que se mitifica para transmutar la verdad. “¿Combinada o de pollo?” Quizá de la
misma manera que el pintor plasma su obra, dejándonos una pregunta que, de tan
bella y profunda, se vuelve placentera contemplación.
¿Es
domingo o sábado? No recuerdo bien la hora. Hace un rato que pasó junto a
nosotros un grupo de fieles que conmemora el “Domingo de Ramos”. Ahora recuerdo
al anciano que nos dijo: “Por acá pasará el obispo y esas pinturas serán pisadas”.
Un grupo de personas encaramadas en un carrito para turistas grita en son de
mofa: “Va a llover”. A la gente que pregunta le inquieta saber que las obras son
efímeras. Tal vez porque estamos acostumbrados a idealizar la imagen para
poseerla. ¿Cómo se sabe que un pájaro que vuela libre es nuestro? Se me ocurre
que cortándole las alas o matándolo, definitivamente. Pues, “Sólo se conocen
bien aquellas cosas que se domestican”. ¿En eso consiste el amor, la ciencia o
el arte?... Que esas cosas las conteste un zorro y volvamos al momento en que
las pinturas quedan terminadas. Pasan de las tres de la tarde. No lloverá. De
hecho, ni siquiera habrá una brizna. Por hoy, es todo. Plaza Catedral tiene algo
más que escribir en su historia: un grupo de mujeres y hombres han tomado la
calle, ¡no para disparar un arma ni vociferar consignas!, sino, simplemente,
para acudir a la cita histórica de un Chiapas en movimiento que, de tan vasto,
ha iniciado su propia revolución.
José
Osbaldo García Muñoz
San
Cristóbal de las Casas, Chiapas; 15 de abril de 2014.
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